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domingo, 17 de junio de 2012

Ser de este mundo y no serlo

"Un hombre puede haber sido muy poderoso en este mundo, pero para que su gloria llegue al corazón de las gentes y se mantenga en él, esto no basta. Es preciso que en su vida haya un lugar desierto. Que al acercarse el fin haya conocido el retiro y el desinterés. Que haya perdido el poder sin que ello le afectara y que haya sufrido el exilio con serenidad. Como Carlos V en el moasterio de Yuste. Como Napoleón en su peñasco, como Clemenceau a orillas del océano, o como De Gaulle en su fría casa solariega.  Estos exilios consagran. Dan santidad a la figura. La grandeza de dejarlo todo. Lo sublime de no aferrarse. La virtud de la indiferencia.
Los infantes de Aragón se hacían representar en sus sepulcros dos veces: con armadura y con hábito de monje. Se presentaban a la eternidad bajo este doble aspecto y pretendían que su sepultura expresara la ley de las vidas vividas con grandeza: que hay que ser de este mundo y no serlo...
...Reconozco que hay que tener sentido social, y en ocasiones comprometerse. Pero también quiero pertenecerme a mí mismo y pertenecer a Dios si creo en Él. Exijo que en los Derechos del Hombre se incluya el derecho a la indiferencia, cuando la indiferencia es necesaria al alma. Compromiso por compromiso, estoy dispuesto a morir luchando contra quienes pretendan negarme este derecho..."

"Y, a la postre, la indiferencia y el tiempo son soluciones de la Historia...
...En 1648, la Guerra de los Treinta Años terminó por cansancio de los contendientes. A los primeros destripamientos, la idea de una Europa mitad protestante mitad católica era inaceptable para todos. A las últimas andanadas, todos se habían hecho a la idea de que Europa quedaría así. Se siguió refunfuñando en uno y otro bando, y hubo que esperar tres siglos para que un Papa tuviera una conversación amistosa con el jefe de una Iglesia protestante. Pero la tolerancia .o simplemente la indiferencia- había atenuado hacía tiempo las pasiones, situándolas a un nivel inferior al de la guerra.
Indiferencia no es insensibilidad. Es el recto proceder de los sensibles en los asuntos humanos. "La indiferencia hace sabios y la insensibilidad hace monstruos" (Diderot, La Enciclopedia). La indiferencia calma las pasiones y hace razonable la acción.
Sí, hay que actuar. Pero sabiendo que se actúa en lo efímero y llevando eternidad en el espíritu. Y saber también que en el hombre lo efimero quiere movimiento y pasiones, y lo que es eterno, reposo e indiferencia."

"...Yo soy de este mundo. No lo esperro todo de este mundo. Soy un ciudadano. Pero hay en mí la piedra de un  altar. Y esta piedra no pertenece a la ciudad. Una paarte de mi ser no pertenece al mundo de las cosas, de los seres, de la sociedad, de la política. Yo no estoy de paso todo entero. Mi parte más alta es de mi alma. Nadie ni nada puede alcanzarla. Es lo divino que hay en mí."

(L. Pawel: Lo que yo creo)