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martes, 27 de marzo de 2012

Sobre igualdades y diferencias I

Afirmaba Margaret Mead, la gran antropóloga, que en todas las sociedades conocidas, resulta evidente que sean cuales fueren las actividades declaradas como propias de los varones, así sea vestir muñecos para una ceremonia, ellas son consideradas como de más prestigio que las activiades señaladas como propias de las mujeres.

Uno de los muchos temas de discusión con un alter ego masculino con el que hace ya tiempo que vengo tratando de lo divino y de lo humano, se refiere a las diferencias en "inteligencia" (tal vez sería mejor hablar de acercamientos al conocer) entre varones y mujeres.
En opinión de mi interlocutor, en general las mujeres (y, desde luego, yo) tendemos a un tipo de acercamiento al conocer al que podríamos calificar como sintético, en oposición a otro analítico, y (sigo citando su opinión) de una mayor profundidad, más común en las mentes masculinas. Así, las mujeres tenderíamos a una captación "a vista de pájaro" que aprehendería las líneas generales de los temas en síntesis preferentemente intuitivas, sin descender a un estudio ordenado y pormenorizado de las materias a tratar.
Sea o no cierto lo antedicho, o sea cierto para todas, muchas o algunas mujeres, el tema del género y sus posibles diferencias ha venido siendo objeto de mi interés desde hace ya muchos años. Así, mi tesina en Psicología versó sobre ello, y de la época en que la realizaba viene a ser la pequeña antología de pensamiento feminista publicada en este blog.
¿Qué dice la ciencia oficial sobre el asunto? La pregunta, probablemente, esté mal planteada, porque se podría, más bien, formular de otra manera: ¿Qué estudia la ciencia oficial sobre el asunto? Y es que, en general, la investigación se empecina en tratar de buscar diferencias donde no las hay, y en no buscarlas donde probablemente las haya.
Los tests de inteligencia han venido ya demostrando hasta la nausea la igualdad de las medias en inteligencia (entendiendo por tal lo que, según una irónica definición usada en psicología, miden los tests de inteligencia). Pero esta igualdad de medias no empece para que las curvas femeninas tengan una varianza menor que las masculinas, las cuales, a su vez, ostentan una variabilidad más amplia. Traducido a román paladino, esto quiere decir que hay (unos pocos) más hombes muy listos y (unos pocos) más hombres muy tontos que mujeres muy listas y mujeres muy tontas. Este fenómeno de la diferncia en variabilidad se repite machaconamente no sólo en inteligencia, sino en muchísimas otras variables en los estudios de género, viniendo a constituir una verdadera pesadilla para los análisis estadísticos, muchos de los cuales exigen como supuesto la igualdad de varianzas entre los grupos a comparar.
Se han demostrado diferencias (leves) en aprehensión del lenguaje, en lo que las chicas llevan ventaja, en captación espacial, en la que la llevan (leve) los chicos (hablamos siempre de medias), y poco más.
Pero es que el asunto de la inteligencia parece tener fascinado a todo el mundo, oscureciendo las diferencias evidentes, aunque menos profundamente investigadas, en otros como la violencia, donde los varones nos ganan por goleada; el estilo de juicio moral, en que los varones son más proclives a lo normativo y la mujeres a una ética del cuidado que tiene en cuenta lo situacional; la empatía, la promiscuidad sexual vs tendencia a la monogamia, y tantos y tantos otros items que no podemos detenernos a considerar aquí.
Uno de estos items, tan claro que casi por eso mismo pasa desapercibido, es la fuerza física, y otro, aún más impactante, el hecho por nadie negado de que las mujeres fabricamos niños y los hombres no. Aspectos estos dos últimos que han tenido, tienen y probablemente tendrán un impacto absolutamente fundamental en la vida y la forma de entender el mundo de ambos sexos.
La sociobiología, ciencia que estudia la influencia genética en las sociedades y la psicología y comportamiento de los individuos, tiene mucho que decir (todo ello bastante incorrecto políticamente) sobre el determinismo de lo biológico en las diferencias sexuales, y la etología, que observa y describe el comportamiento de las especies animales, entre las cuales nos contamos, no le va a la zaga.
Así, se ha podido demostrar, analizando los cromosomas y el ADN mitocondrial, que en tanto la mayoría de las hembras de la especie se han reproducido, no así los varones, muchos de los cuales han sido privados del derecho a transmitir sus genes. Hablando en plata, que la poligamia ha sido una práctica no generalizada, pero sí ciertamente influyente a lo largo de nuestra evolución como especie. Y que los machos más dominantes han tendido a acaparar a las hembras en perjuicio de los menos afortunads en ese sentido.
Cualquiera que observe desprejuiciadamente un documental de la 2 sobre el comportamiento de un grupo de chimpancés, bonobos, gorilas u orangutanes, nuestros parientes más próximos, y casi hermanos a nivel genético, no pude dejer de constatar las semejanzas con muchos de nuestros usos sociales, y desde luego valdría la pena ponernos unas gafas objetivas para observar sin esquemas previos cómo funciona una pandilla de adolescentes, o de adultos, por más que estos últimos estén más atemperados por la cultura y la bajada hormonal, para constatar que diferencias, haberlas, haylas.
Y es que la cultura puede modular a la biología, pero ciertamente no va a anularla, ni tampoo parece conveniente que lo haga. Basta con que suprima sus aspectos más crudos y menos deseables.
Por lo que respecta a los intereses, una eminente científica social afirmaba tajantemente que todas las pretensiones de igualdad del mundo no iban a conseguir que se sintiera interesada por cómo funcionan el motor de su coche o los microchips su ordenador, aspectos que parecen fascinar a multitud de machos de la especie; y desde luego yo diria que el tan cacareado techo de cristal que parece impedir el acceso de las mujeres a los altos puestos de responsabilidad, no puede atribuirse únicamente a la perversidad varonil, ni, por supuesto, a la incapacidad femenina, sino más bien a que no muchas mujeres están dispuestas a prescindir de su vida personal y su maternidad para meterse en una carrera de ratas full time necesaria para llegar a la cúspide de la pirámide en una sociedad competitiva que parece exigir, además, mentalidad de psicópata. Desinterés que, dsde mi punto de vista, demuestra el alto nivel de inteligencia de quien escoge la opción de abstenerse. Sencillamente, en opinión de la mayoría de las damas, ese triunfo aparente no vale lo que cuesta. Pero es también verdad que cuando las chicas alcanzan una cota importante de poder y responsabilidad, suelen tener comportamientos más moderados y equilibrados que sus compañeros varones. En otras palabras, las empresas y bancos liderados por mujeres crecen más lentamente y quiebran menos. Y una sociedad no competitiva y que valorara las diferencias se beneficiaría infinitamente de las capacidades, hoy preteridas, de la mujeres.
A la luz de todo lo anterior, resulta lógico pensar que el acercamiento al conocimiento, y en general a todo tipo de aspectos de la vida humana, sea difernte en hombres y mujeres, sin que ello abone las exageraciones del llamado feminismo de la diferencia, que postula dos sujetos diferentes de conocimiento, casi como si estuviéramos hablando de especies diferentes.
La presencia de la mujer en el espacio de lo público, al menos en las sociedades occidentales, así como la conquista de la igualdad de derechos, son hechos tan imprescindibles como deseables para la construcción de un mundo equilibrado y ciertamente más rico que un orden patriarcal, basado en valores masculinos, que nos está llevando al borde del desastre.
Así, pienso que el problema no es el de la diferencia, sino el de la valoración de esa diferencia, y es más, el reconocimiento de la necesidad de esa diferencia.
La visión femenina del mundo, el tipo femenino de inteligencia, de actividad, de sentimiento y de intuición, son no sólo de igual valor que sus contrapartes masculinos, sino imprescindibles para construir una sociedad y un mundo verdadreamente humanos.
Las mujeres no somos hombres de segunda categoría, obligadas a tragar e integrarnos en una forma de ser y hacer que nos es ajena. Somos sujetos de pleno derecho con la mitad de lo imprescindible que aportar a una humanidad que nos es común.
Así que sí. Mi tipo de inteligencia es no sólo tan destacada como la masculina, sino tan imprescindible como aquélla para una correcta visión del mundo y una correcta acción que lo transforme. Y mis valores, aptitudes y cualidades son justamente los que necesita, para su equilibrio y desarrollo, este mundo nuestro basado en un exceso de testosterona y urgentemente necesitado de un buen chute de oxitocina.

(Sobre las diferencias endogrupales y entregrupales, cuya comprensión resulta también necesaria para matizar lo anterior, hablaré otro día, así como de las posibles causs de la superior valoración social de la masculinidad, en detrimento de los valores femeninos.)