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lunes, 6 de febrero de 2012

Lo humano femenino

"Y Dios creó al hombre.
A imagen de Dios lo creó.
Varón y mujer lo creó"
(Génesis)


¿Que diré de las mujeres que humanizaron, que humanizan el mundo?
Pienso en esa infinita corriente de sacralidad, de sacralidad femenina, y se me llena el corazón de amor, de gozo, de orgullo, de reverencia.
Pienso en las infinitas, anónimas, amorosas hembras prehumanas y humanas, que han formado, forman, formarán nuestra terrenalidad con sus cuerpos. En la infinita cadena de cuerpos que se han ido pasando unos a otros la antorcha de la vida.
Pienso en el trabajo de las mujeres. En las incontables horas del mundo empleadas en gestar, dar a luz, nutrir, cuidar, curar, consolar, recolectar, conservar, alimentar, vestir, recibir, festejar, despedir, limpiar, reponer...
Pienso en la cerámica primitiva, que lleva impresa en su barro la huella de dedos femeninos.
En las manos que pueblan las paredes de las cuevas, de las que tantas y tantas dan testimonio del juego de las mujeres y sus hijos.
Pienso con gratitud en Lucy, la pequeña australopitecina cuyos restos nos han permitido conocer tantas cosas de la dura y breve vida de nuestros ancestros.
Me inclino con veneración ante la femineidad rebosante de las Venus de piedra, ante los vientres preñados, los pechos nutricios, las formas terrenales de la mujer que soñaron y plasmaron quienes nos precedieron.
Amo los mitos que nos permiten beber del río de nuestros orígenes. Amo a Lilith, la rebelde que fue maldecida por reclamar su paridad. A Sejmet la leona, Basti la gata sagrada, Perséfone la doncella, Demeter la madre, Hécate la sabia, Kali la que destruye y despeja, Circe la que guía, Venus la que da y recibe placer, Atenea la que civiliza, Inanna la solar, Ereshkigal la oscura, los mil y uno rostros de la eterna Diosa.
Amo la belleza de Nefertiti, el coraje y la cultura de las hetairas (Salve, Aspasia, Friné, hermanas queridas), la sabiduría de las filósofas y científicas de la antiguedad, la canción de las poetas (amada, amada Safo, que cantaste como nadie a la estrella de la tarde).
Amo el valor indomable de las mujeres bíblicas, las guerreras como Déborah, las matriarcas como Eva, Sara, Agar, Lía, Raquel, las profetisas, las abrasadas en el amor humano y divino, como la Sulamita del Cantar de los Cantares. Y la entrega confiada de María, el cotidiano heroísmo de Magdalena, el sufrimiento de las mujeres al pie de aquélla cruz que no se desenclava nunca, esa cruz de la que penden hijos, esposos, amados de todas las mujeres de la tierra. Esa cruz de la que pende el corazón de todas las mujeres de la tierra.
Amo a las sanadoras, sacerdotisas, brujas, parteras, que aliviaron y supieron y osaron, y pagaron por ello.
Y a las que asumieron en silencio el oscuro lugar que ocupó durante siglos lo femenino, a fin de asentar la conciencia diferenciada masculina.
Y a las que se rebelaron. Las prostitutas, brujas, monjas, guerreras, locas, vagabundas, que conservaron el fuego de la paridad y supieron valorar y usar los dones que les habían sido concedidos.
Amo a las mujeres de Dios, cristianas, islámicas, animistas... Las beguinas, las ermitañas, las que fundaron y poblaron monasterios, y las que ardieron en el monasterio de sus corazoones.
Amo a las damas de las Cortes del Amor, que civilizaron Europa.
A las reinas prudentes y valerosas.
A las aventureras que buscaron, conquistaron, visitaron, conocieron.
A las que abrieron sus mentes, sus salones y sus corazones en la Edad de la Razón.
A las que no bastó con eso, y volvieron a reclamar paridad (honor a Mary Wollstonecraft).
A la vida oculta y riquísima de las Brontë, de Emily Dickinson, de Jane Austen, que escribía a hurtadillas por no tener una habitación propia.
A las que salieron, salen, saldrán a la calle, para reclamar el voto en Europa, ir a la escuela en Afganistán, conducir en Arabia Saudí.
A las que recorren-han recorrido-recorrerán caminos y desiertos, con sus hijos en brazos, en busca de comida, agua, vida, dignidad.
A las violadss, mutiladas, esclavizadas, victimizadas en todas las guerras de este mundo.
A las deportadas, prostituídas, repudiadas.
A las que cogieron las azadas, los tractores, las máquinas, a las que hicieron continuar la vida mientras sus hombres estaban en las guerras.
A las que sigueron y siguieron haciéndola posible, cuando ellos no regresaron nunca.
A las que reclamaron una habitación propia.
A las que salieron a la plaza pública, y ganaron dinero, y lo que es más importante, ganaron esa habitación.
A Maríe Curie, que fue reconocida, y a todas las sabias, científicas, artistas, filósofas, médicas, psicólogas, que no lo fueron, y cuyos nombres y cuyas obras se ocultaron tras nombres y obras (no tan) masculinos.
A las que piensan, descubren, investigan, escriben, pintan, danzan, dirigen, trabajan, crean, sirven, desde su alma y su corazón y sus entrañas, además de su mente.
A las que tienen miedo y siguen amando, tienen miedo y siguen haciendo, tienen miedo y siguen viviendo.
A las que sueñan, buscan, crean, recorren nuevos caminos.
A mí.
A lo femenino en el interior de los hombres.
A los hombres y mujeres de la tierra.
Mi amor. Mi respeto. Mi orgullo. Mi reverencia.