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viernes, 16 de septiembre de 2011

Findhorn y el parchís psicoespiritual

Mi hija se va a Findhorn la semana que viene.
Para los que no sepan qué es eso de Findhorn, se trata de una ecoaldea al norte de Escocia donde se dan la mano ecología, espiritualidad y vida comunitaria.
Allí pasó varios años Treya Wilber antes de conocer a Ken, y el lugar es famoso por la especial conexión seres humanos-tierra, que ha permitido la creación de un vergel exuberante en un descampado del extremo norte.
La verdad es que me muero de envidia. Me iría para allá un mesecito, encantada. Y hasta podría hacerlo, porque, por una serie de avatares que sería arduo explicar aquí, aún no he podido tener vacaciones este año, circunstancia bastante agotadora cuya única ventaja reside en que ahora puedo cogérmelas cuando quiera.
Pero uno de los principios fundamentales de las madres como Dios manda es no joderle la vida a los hijos, y dejarlos en paz cuando así procede, de modo que (a pesar de que fui yo quien le habló a mi niña de las maravillas del lugar, y la animé a visitarlo, a ver si además, de paso, se suelta un poco en inglés, la muy bandida) me reprimiré y, en todo caso, si me sigue apeteciendo, me pasaré por allí el año que viene o el otro.
Todo este preámbulo venía, no obstante, a que durante los pasados meses he andado investigando sobre el ecositio y sus usos y costumbres, y he encontrado algunos asuntos de interés.
Una de las actividades que acostumbran realizar por allí, es el ejercicio de un juego desarrollado por ciertos findhornianos, llamado El juego de la transformación, una especie de superoca psicoespiritual que, de creer a sus autores y aficionados, es una excelente herramienta de integración de temas mal incorporados y contenidos chungos.
Soy curiosona e impulsiva, a ratos, así que anduve hurgando por la red hasta encontrar un ciberlugar donde se podía conseguir (con la visa por delante) el susodicho juego, y lo encargué.
Interesante, el tal psicoparchís.
De entrada, he de decir que todo lo relativo a Findhorn esta impregnado de un tipo de energía para la que no se me ocurre un calificativo mejor que devico-angélica, y eso que la que esto suscribe se abstiene de opinar acerca de la existencia de devas y ángeles. Pero, por otra parte, y no es más que una de las muchas contradicciones que me aquejan, soy sensible a las energías, sean éstas lo que fueren, y puedo discriminarlas bastante. Pues bien, cuando el cartero más normal del mundo me trajo el paquete, aquello tenía efluvios del género que digo. Palabrita.
Y cuando lo abrí y me puse a jugar... ah, caramba. Temas hubo que iban como la seda. Pero al intentar trabajar algunos donde servidora sabe que tiene bloqueos, el puñetero juego no me permitía avanzar ni de coña, dejándome colgada y en la necesidad de repetir partida, de manera contumaz. No quiere bromas, el parchís angelical de marras.
Así que en esas estamos.
La sincronicidad está servida. Me lo tomaré en serio, y, si tengo ganas, os iré contando.