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domingo, 19 de septiembre de 2010

Jens Peter Jacobsen

Conocía su nombre de las Cartas a un joven poeta de Rilke, en que éste califica su obra de imprescindible, pero no había leído nada suyo.
Rebuscando por la red (con escasos resultados) encuentro, no obstante, estas pequeñas maravillas:



—Estimada Fennimore, gracias a Dios no sabes lo que dices, pero eres muy injusta con las mujeres, contigo misma. Yo sí creo en la pureza de la mujer.
—La pureza de la mujer, ¿a qué te refieres con la pureza de la mujer?
—Quiero decir... sí...
—Quieres decir, yo te diré lo que quieres decir. Nada, no quieres decir nada, pues esa es una de esas delicadezas absurdas. Una mujer no puede ser pura, no tiene por qué, ¿cómo iba a poder serlo? ¿Qué es toda esa desnaturalización? ¿Acaso la mujer está destinada a serlo por la mano de Dios nuestro Señor? ¡Contéstame! No, y diez mil veces no. ¿Qué tontería es esta? ¿Por qué pretendéis lanzarnos hacia las estrellas con una mano, cuando al fin y al cabo os veis obligados a bajarnos con la otra? ¿Por qué no podéis dejarnos caminar por la tierra a vuestro lado, hombro con hombro, y ya está? ¡Pero si resulta imposible dar un paso en firme en la prosa cuando nos cegáis con vuestros fuegos fatuos de poesía! ¡Dejadnos en paz, dejadnos en paz, por Dios!

Niels Lyhne
Jens Peter Jacobsen


—¡Espiritual! Cómo odio ese amor espiritual. No son más que flores de tela las que crecen en el suelo de este amor; ni siquiera crecen, sino que se sacan del cerebro y se clavan en el corazón porque el corazón no tiene flores. Eso es precisamente lo que le envidio a la joven, que en ella no hay nada postizo, ella no vierte el sucedáneo de los sueños en el cáliz del amor. No crea que porque su amor esté atravesado por los hilos de la imaginación y oculto tras las sombras de imágenes fantásticas que se entremezclan en una gran y fecunda vaguedad, ella prefiera las imagenes al suelo que pisa, tan solo es porque todos sus sentidos e instintos y talentos están abocados al amor, incansablemente. Porque no es porque disfrute de sus fantasías, ni siquiera porque se apoye en ellas, no, ella simplemente es real, tan real que a menudo se vuelve, a su ignara manera, cándidamente cínica. Usted no sabe, por ejemplo, cuán embriagador y placentero puede ser para una joven inhalar secretamente el traje de su amado, significa mil veces más para ella que toda una inflamación de fantasías. Desprecio la fantasía. ¿Qué sentido tiene, cuando todo tu ser anhela el corazón de un hombre, que tan solo se te permita entrar en la fría antesala de la fantasía? ¡Y cuán a menudo es así! ¡Y cuántas veces nos vemos obligadas a soportar que aquel al que amamos nos disfrace con su fantasía, nos corone con una aureola, nos ligue unas alas a la espalda y nos envuelva en un manto estrellado! Y entonces es cuando, por fin, nos encuentra dignas de ser amadas, cuando nos paseamos con toda esa parafernalia carnavalesca con la que ninguna de nosotras se encuentra a gusto, ni puede ser ella misma, porque estamos demasiado emperifolladas y porque nos confunde al postrarse a nuestros pies y adorarnos, en lugar de tomarnos tal como somos y simplemente amarnos.

Niels estaba confundido, había recogido del suelo el pañuelo que a ella se le había caído y ahora se embriagaba con su perfume. No estaba preparado para que ella lo interrogara mirándolo con tanta insistencia, precisamente ahora, cuando estaba tan absorto contemplando su mano. Sin embargo, consiguió contestar que esa era la mejor prueba del gran amor que le profesaba el hombre, pues a fin de preservar y defender el amor indecible que siente, la envuelve en un halo de divinidad.

—Sí, eso es precisamente lo que resulta ofensivo —dijo la señora— Pues ya somos suficientemente divinas tal como somos de verdad.

Niels sonrió complaciente.

—No, no sonria, no debe tomárselo a la ligera. Al contrario, esto es muy serio, pues esta adoración, en todo su fanatismo, es absolutamente tiránica, nos obliga a adaptarnos a un ideal del hombre. ¡Corta un talón y secciona un dedo! Hay que eliminar todo aquello que en nosotras no se corresponda con su idea, si no coartándolo, pasándolo por alto, olvidándolo sistemáticamente, negándonos todo progreso. Y lo que no tenemos, o que no es en absoluto propio de nosotras, hay que llevarlo a la floración más salvaje poniéndolo por las nubes, presumiendo siempre que es el don más destacable y convirtiéndolo en la piedra angular sobre la que se construye el amor del hombre. Yo lo llamo violación de nuestra naturaleza. Lo llamo adiestramiento. El amor del hombre es domesticación. Y nosotras nos doblegamos a él, incluso las que no amamos nos sometemos, despreciablemente débiles como somos.

Niels Lyhne
Jens Peter Jacobsen



El sol, a punto de ponerse, brillaba rojo a través de la ventana. Niels Lyhne estaba sentado delante con la mirada perdida entre los olmos del baluarte, oscuros como el bronce contra el fuego de las nubes. ¿Nunca has oído hablar de gente sobrada de talento en su juventud, fresca y llena de esperanzas y de planes, que al perderla también pierde el talento para siempre?

Niels Lyhne
Jens Peter Jacobsen


Por el mundo entero se extendía una red de hilos invisibles que unían un alma con otra; hilos más fuertes que los de la vida, hilos más fuertes que los de la muerte.

La señora María Grubbe
Jens Peter Jacobsen


Cerró los ojos, pero a pesar de ello notaba cómo la luz penetraba en él, fluyendo a través de todos sus nervios.

Niels Lyhne
Jens Peter Jacobsen


No se atormente ni se martirice con sus convicciones; la gente que va a morir no tiene convicciones.

Niels Lyhne
Jens Peter Jacobsen


Pues eso era el amor: un mundo que estaba entero, algo lleno, grande y ordenado.

Niels Lyhne
Jens Peter Jacobsen