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domingo, 27 de junio de 2010

Nowhere to go

"... In the early morning rain
with nowhere to go..."
Bob Dylan

Hay en la vida algunos -escasos- momentos en los que, verdaderamente, uno siente que ha llegado al final de un camino y que no tiene ni la más remota idea de para dónde tirar a continuación.
Aún más, hay momentos -escasos- en la vida en los que uno deja de saber quién es. Vale decir, uno -una, en mi caso, así que continuamos en femenino singular- nota de pronto que ha dejado de identificarse con la maraña de roles, deseos, miedos, proyectos y desproyectos que hasta ayer parecían consistentes, sólidos y pertenecientes a esa cambiante entidad llamada yo.
Y, sí, hay momentos en los que una contempla, asombrada, cómo no sólo todo lo que daba por supuesto se derrumba, sino también cómo se evapora la fe en que algo nuevo vaya a venir a sustituir a lo anteriormente derrumbado. Vamos, que queda claro que no hay nada, absolutamente nada, que resulte creíble en su capacidad de dotar de satisfacción, sentido o felicidad.
Hoy meditaba yo, sentada en mi parque favorito, sobre este y otros asuntos, y me venía a la mente el estado del que hablan los participantes de Alcohólicos Anónimos cuando descubren, cuando por fin descubren sin el menor género de dudas, que ellos, por sí mismos, son impotentes para controlar su adicción, se rinden ante esta evidencia y se vuelven a un poder superior en cuyas manos se ponen.
Yo no bebo, pero soy, me guste o no, una adicta a intentar controlar mi vida. A creer que sé lo que es mejor. A tratar de planear, dirigir y gobernar lo que no tiene planificación, dirección ni gobierno posibles.
Y, en la gracia de este extraño momento de rendición, me daba cuenta de que no sé, en absoluto, el rumbo que debe tomar esa vida en ninguno de los ámbitos que la componen, y que mi única posibilidad -literalmente la única- es ponerla en manos de ese poder superior (o interior) y vivirla como él disponga (que es, por cierto, lo que con más o menos consciencia hacemos todos siempre).
Y allí, sentadita en mi parque, delante de una fuente que siempre me aporta calma, me daba cuenta también de que he perdido la fe en el deseo -cualquier deseo- y su cumplimiento como donantes de plenitud. Y que esa pérdida de fe trae consigo, igualmente, una notable pérdida de miedo.
Y recordaba esta frase leída en uno de mis blogs favoritos: "¿Estáis dispuestos a tomar el poder y dejar de ser víctimas de nuestra experiencia de vida no digerida, lo que conlleva dejar que las cosas salgan a la luz y dejar que caiga lo falso y que todo lo que no es verdadero salga de nuestras vidas?".
Pues sí, estoy dispuesta. No parece, por fin, que quede otro remedio.