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miércoles, 9 de junio de 2010

Anhelo

¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?
Juan de la Cruz

A veces me asusto de la intensidad del anhelo.
Si me coloco en mi centro, puedo observarlo surgir del vacío como una catarata.
Brota en oleadas que salen del pecho, que me envuelven, que envuelven la estancia, la ciudad, el planeta, el cosmos.
Anhelo de no sé qué. De plenitud. De unidad conmigo misma y con todo. De Eso.
Se vive como hambre, como sed, como deseo, como carencia desesperada.
Y puedo entender, por tanto, a quienes, llevados por ese río, se lanzan a la búsqueda de... lo que sea. Lo que sea que, de cualquier manera que sea, ofrezca la promesa de calma.
Pero no hay nada, nada en todo el universo que cumpla esa promesa.
No hay amor suficiente, agua suficiente, comida suficiente, dinero suficiente, alcohol o droga suficiente, sexo suficiente, placer suficiente, honor suficiente, poder suficiente, en todo el maldito samsara, para acallar esa llamada, serenar ese afán, completar ese hueco. ese hueco donde cabe... Dios.
Y ya puedo buscar, que tanto da. Ya puedo hacer, practicar, orar, esperar, desear... No es algo controlable. No es algo que dependa de mí. Es una llamada fundamental, una esencia que me constituye, que me hace ser... lo que sea. Pero que no está en mi mano provocar ni reducir. La puerta, la puerta que da a eso, si ha de abrirse, al parecer se abre desde dentro, y lo único que queda es sentarse en el umbral con la lamparilla llena de aceite y sin dormirse.
A menudo pienso en los miles de millones de seres humanos que han vivido y han muerto con su anhelo intacto y sin respuesta, y me pregunto por qué demonios va a ser diferente en mi caso.
Escucha, escucha, pedazo de... Dios. No me hagas eso. No me vayas a hacer eso, so... Dios.