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sábado, 27 de marzo de 2010

Matrimonio y divorcio: La voz de una anciana sabia

Hoy quiero compartir con vosotros a una de mis maestras, Helen Luke, fallecida hace ya algunos años, y hermosísima anciana sabia, capaz de ofrecer sabiduría y cuidado para el corazón, el alma y el espíritu.
Helen fue analista jungiana y posteriormente fundadora y centro de una comunidad, Apple Farm, donde muchas personas encontraron orientación y alimento interior.
Pero sobre todo fue un ser humano consagrado a la consecución de la totalidad. Su vida, su vida iluminada, fue su obra principal y su mejor legado.
En España, que yo conozca, se ha publicado únicamente un libro suyo, La Vía de la Mujer (EDAF, 1997), que es un pequeño tesoro, casi imposible ya de encontrar.
Helen visitará este espacio con frecuencia.
Hoy quiero ofreceros, con amor y respeto, algunos párrafos de un pequeño ensayo suyo, titulado "La promesa de matrimonio", que trata, en realidad, no sólo del matrimonio, sino también del divorcio consciente.
Espero que Helen os nutra tanto como lo ha hecho conmigo.

LA PROMESA DE MATRIMONIO

"Yo te tomo... de ahora en adelante, en la fortuna y en la desgracia, en la riqueza y en la pobreza, en la enfermedad y en la salud, para amarte y cuidarte, yo te prometo fidelidad hasta que la muerte nos separe". Existen pocas palabras más hermosas que éstas. El hombre que las pronuncia con todo su corazón, de pie en el lugar sagrado, está prometiendo algo más que a sí mismo en el matrimonio personal entre él y su amada. Ella le aporta, consciente o inconscientemente, la imagen de todas la mujeres, que nutren y dan nacimiento, no sólo a hijos físicos, sino también a todos los valores de verdadera conexión y de comprensión tierna del corazón. A su vez, para la mujer, su hombre es el símbolo... de la espada del Espíritu, del claro brillo del mundo en la oscuridad...
Muchas personas que no utilizan la Iglesia y sus rituales se conmueven en una boda, cuando su inconsciente responde a esta imagen profundamente oculta. Y ello porque las dos personas que se hallan ante el altar... son los símbolos del matrimonio que todos los seres humanos anhelan en su corazón: el encuentro yo-tu, el matrimonio del Cielo y la Tierra...
No hay ninguna posibilidad de que sean capaces de "amar y cuidarse" mutuamente, a menos que cada uno esté preparado para aceptar su propia oscuridad y debilidad, y para esforzarse en pos del "matrimonio sagrado" interior, dejando así libre al otro para encontrar su realidad individual. Si existe un continuo desarrollo de la conciencia a través de la pasión y del gozo cotidiano, y por medio de un arduo trabajo para mantener el contacto con el sentido de lo simbólico, crecerán sin duda, juntos en la madurez del amor. Quienes no se casan están igualmente comprometidos a encontrar compañeros en su camino si quieren conocer el amor, aportando el símbolo de la encarnación en todas sus relaciones con los demás sean de la clase que sean: con sus amigos, amantes, enemigos o compañeros eventuales...
El divorcio no siempre significa que el matrimonio haya fracasado. Hay algunos matrimonios en los que , a pesar de que ambos hayan sido auténticos a su promesa... puede llegar no obstante un momento en el que las partes no vividas de sus respectivas personalidades estén intentando hacerse conscientes. Puede surgir entonces una situación en la que si permanecen juntas las dos personas, que en esencia se aman y siempre se amarán, harán una regresión a la esterilidad y a la amargura, si no tienen el valor de aceptar el sufrimiento de la separación. Su búsqueda de totalidad puede exigir en esa situación ignorar las leyes externas... con objeto de seguir siendo fieles al voto interno absolutamente vinculante de "amar y cuidar desde ahora en adelante". Uno no tiene que vivir con una persona -y ni siquiera verla de nuevo nunca- con el objeto de amar y cuidar en todos los aspectos. Un reconocimiento consciente de los fracasos, una devoción inquebrantable hacia el amor que libera, puede convertir el divorcio en algo de una gran belleza, en una experiencia a través de la cual un hombre o una mujer pueden extraer del sufrimiento un amor más puro en todos sus duros encuentros. El divorcio es entonces un acto de sacrificio -que no es destructivo-, y el matrimonio original puede seguir siendo procreativo, en el sentido más profundo, hasta el fin de la vida...
Cuando ha muerto el símbolo entre dos personas, cuando no queda comunicación más que al nivel del ego, que se mueve entre los opuestos, si los cónyuges se aferran a la letra de la ley, resultará una traición de la promesa de matrimonio en el inconsciente, donde el ánimus y el ánima luchan por destruirse mutuamente. La muerte los ha separado en el sentido más real de la palabra...
Leí el otro día un ritual simple y hermoso de divorcio en las islas Orkney, mucho antes de la llegada de los tribunales de justicia. Las personas que habían decidido separarse tenían que acudir a una determinada iglesia juntas y salir tranquilamente de ella, una por la puerta norte y otra por la puerta sur. Eso era todo. Era seguramente el símbolo perfecto de un verdadero divorcio, una señal de su carácter potencialmente sagrado..."

Leyendo las hermosas palabras de Helen, se me ocurre que ambos conceptos, matrimonio y divorcio, no sólo son aplicables al compromiso o separación entre un hombre y una mujer. Todos nosotros nos "casamos" multitud de veces con trabajos, proyectos, amigos, relaciones de muchos tipos, maestros, etapas de la vida... Y ese matrimonio debería, sin duda, ser mantenido "hasta que la muerte nos separe", es decir, hasta que nuestro proceso interior "mate" a la persona que fuimos y que realizó ese matrimonio, y la convierta en un ser nuevo. Aceptar entonces, pese al sufrimiento, al miedo y al desgarro, la necesidad de separación, es un sacrificio, un "sacrum facere" necesario en aras de la renovación de la vida, un divorcio consciente que preserva verdaderamente el compromiso de "amar y cuidar desde ahora en adelante".